En principio
los colonizadores sometieron a las poblaciones aborígenes.
Los sobrevivientes del exterminio pasaron a manos de los conquistadores
quienes se repartieron a los nativos en las llamadas encomiendas.
Así nació la esclavitud en esta zona del planeta.
La muerte por asesinato o por suicidio mermó el número
de los nuevos siervos. A la encomienda le siguió la
plantación. Ambas constituyen la génesis de
la prisión en Norte, Centro y Sudamérica y en
el Caribe.
El arresto
y destierro arbitrarios de millones de víctimas se
extendió al África. Durante los viajes interminables
y extenuantes desde las costas occidentales de aquel continente
hasta las bahías de los virreinatos, los esclavos negros
viajaron en las bodegas de las galeras encadenados, encerrados,
abusados, masacrados y tratados como bestias. En tierra americana
el barracón sustituyó a los navíos dedicados
a la Trata para convertirse en metáfora de la opresión.
El cañaveral, el cafetal y la hacienda sirvieron de
campos para el trabajo forzado.
Se dudó
de la humanidad de aquellos hombres y mujeres. Por ello se
les impuso penas degradantes. Manuel Moreno Fraginals indica
por qué se les llamó 'piezas de ébano'
a los esclavos, por qué se les concebía como
equipos, instrumentos y máquinas despojadas de personalidad:
"Por eso su nacimiento y muerte, o su compra y venta,
se anotan en el libro diario de contabilidad como entrada
o salida de un activo" (El Ingenio. II. 14-15).
El barracón
estaba dotado de un calabozo adonde se confinaba a los esclavos
insumisos. Fernando Ortiz cita el artículo 41 del Reglamento
de esclavos de 1842 donde se establece que "el Señor
puede castigar al esclavo con prisión, grillete, cadena,
maza o cepo, o con azotes que no pasarán del número
de veinticinco." (Hampa afrocubana. Los negros esclavos
256).
La Autobiografía
(1835) de Juan Francisco Manzano (1797?-1854) inicia no sólo
la narrativa antiesclavista, sino que es también y
sobre todo el primer texto escrito por un prisionero en la
literatura cubana. Gracias a esta obra se puede leer un relato
elaborado no por un testigo blanco de la esclavitud. Es un
testimonio hecho con conocimiento de causa. Ha sido redactado
robándole horas a la servidumbre, entre una y otra
tarea obligada; forjado en medio de insufribles limitaciones
y a pesar de indescriptibles castigos y acechanzas. Más
aún: pudiera parafrasearse a Ioan Davies y decir con
él que es difícil concebir un estudio sobre
la literatura carcelaria en el Nuevo Mundo si no admitimos
que las sociedades nacidas después de 1492 fueron fundadas
sobre la base del trabajo de los esclavos y de los convictos
y que muchos de los primeros europeos arribados a estas tierras
tenían antecedentes criminales e incluso habían
cumplido diversas penas en las naciones europeas (Writers
in prison 51). La Autobiografía fue escrita en cumplimiento
de un encargo de Domingo del Monte (Maracaibo, Venezuela 1804-Madrid
1853)[1]. Es un texto pactado
cuyo responsable inmediato es un esclavo doméstico,
mulato, quien ha trabajado para diferentes familias.[2].
Para William Luis el relato en cuestión "served
as an Urtext for the early slave writers" (Literary bondage
121). Roberto Friol indica que Manzano es el fundador de la
novela cubana (Suite para Juan Francisco Manzano 30). Salvador
Bueno establece que la Autobiografía es una "verdadera
protonovela" y añade que de dicha obra se nutren,
por ejemplo, los relatos antiesclavistas breves -Petrona y
Rosalía de Félix Tanco- y la novela Francisco
de Anselmo Suárez y Romero ("La narrativa antiesclavista
en Cuba" 173). José Luciano Franco, primer editor
de la obra íntegra en lengua española (1937),
hace esta observación crucial:
El ascenso
de Manzano hasta aquel cenáculo [el grupo delmontino],
viniendo como venía de las vilezas de la vida esclava,
nos parece, al dibujarse el acto en la histórica lejanía
del recuerdo, como el primer gesto firme y honrado por la
incorporación definitiva del negro a la vida cubana,
iniciándose el camino por el cual pronto dejaría
de ser un intocable maldito (20).
En 1835,
año en que se solicita el libro a Manzano y éste
lo escribe, Domingo del Monte era ya bien conocido en los
círculos intelectuales de la Isla como editor de La
Moda o Recreo semanal del bello sexo (1829) y El puntero literario
(1830). Era, además, director de la Revista Bimestre
Cubana (1831-34), miembro de la Sociedad Económica
de Amigos del País, Secretario de la Sección
de Literatura (1830) y fundador de la Academia Cubana de Literatura
(1831). José A. Fernández de Castro lo describe
como un 'animador' de la cultura y para ello argumenta: "En
efecto, ya ha formado a [José María] Heredia
[y Heredia], ahora crea a [José Antonio] Echeverría,
a [José Jacinto] Milanés, a [Ramón de]
Palma [y Romay]." Luego reproduce esta valoración
hecha por José Martí: "El más real
y útil de los cubanos de su tiempo" (Escritos
XV y XXXVII). A su vez, Juan Francisco Manzano empieza a ser
conocido por los lectores desde 1821 con el poemario Cantos
a Lesbia y mediante versos que publica a partir de 1830 en
Diario de La Habana, La Moda --revista dirigida por Del Monte--
y El Pasatiempo[3]. Fernando
Portuondo pondera el juicio de Martí como apropiado
a pesar de reconocer que "por sus escritos, Del Monte
fue un blanco racista y un antiseparatista combatiente"
pero aclara que en ellos "incluso pudiera encontrarse
ocasionalmente alguna contradicción con sus hechos
constantes" (185). La principal conclusión de
Portuondo es que Del Monte fue "el primero en dignificar
con su autoridad y su magisterio espiritual la profesión
literaria en Cuba."(Estudios de Historia de Cuba 185-193)
Por otra parte, Cintio Vitier hace una síntesis de
los tres principales aportes de Del Monte y su tertulia: "cultura,
patriotismo, moderación... fervor por la causa esclavista
y los temas vernáculos..." (La crítica
literaria y estética en el siglo XIX cubano 22-27).
William Luis observa que el grupo delmontino está entre
los primeros en describir la cultura cubana en oposición
al discurso colonial de España. (Literary bondage 28-9)
El encuentro
entre Manzano y Del Monte puede interpretarse como la concreción,
en términos de escritura, de dos vectores culturales
fundamentales para la integración de la cultura cubana:
el criollo de origen africano y el criollo de ascendencia
europea. Hasta ahora lo negro, lo esclavo, era abordado por
los ideólogos blancos, abolicionistas o no. Desde la
aparición de Manzano nace el texto afrocubano. A su
vez, el esclavo y el animador cultural reproducen, al nivel
de las circunstancias individuales, los conflictos provocados
por el sistema de plantación colonial en el sector
de las víctimas de la trata y en los medios abolicionistas.
Dado el tipo de diferencia social que medió entre Manzano
y Del Monte y debido a la existencia de más de una
versión del manuscrito original, ciertos críticos
han estudiado la Autobiografía, bien como texto controlado
por Del Monte (Richard L. Jackson) o como discurso mediatizado
y escrito en colaboración con el mentor, a causa de
la imposibilidad de Manzano de publicarlo por su cuenta (Sylvia
Molloy). Al mismo tiempo Luis llega a leerlo como reescritura
del original hecha por los sucesivos editores --Suárez
y Romero, Madden, Franco, Schulman--, quienes habrían
convertido al esclavo no en la persona que fue, sino en la
que propone cada versión[4].
La lectura
que propongo es otra. Parto de la proposición de que
para demostrar la existencia de tal control en el texto de
Manzano hay que tener en cuenta las perspectivas ideológicas
de los editores y, en especial, la de Domingo Del Monte a
partir de sus propios trabajos. Se impone comprobar de qué
manera la escritura del esclavo dialoga con el discurso abolicionista
representado por la persona que ha solicitado la Autobiografía.
No obstante, atribuirle sólo a Del Monte el dominio
exclusivo del texto sería reducir al absurdo la personalidad
creadora de Manzano. Por consiguiente, una de las vías
para entender las estrategias narrativas aplicadas en la Autobiografía
consiste en propiciar una relación especular entre
la obra del esclavo, el discurso oficial de la plantación
y los artículos y ensayos publicados por Domingo Del
Monte durante la época en que tuvo lugar el pacto literario.
A mi juicio, este procedimiento tiene la ventaja de descubrir
los mecanismos de auto-representación elegidos, los
silencios, las cautelas y las propuestas disimuladas o atenuadas
ya sea en la narración misma o a través de las
cartas que Manzano le envía a Del Monte. Hay que admitir
que el esclavo tiene ante sí un serio desafío
y sabe que no puede limitarse a una transcripción espontánea
de eventos ordenados en rigurosa cronología. La Autobiografía
y las cartas patentizan que el autor ha forjado con extremo
cuidado la imagen aceptable y convincente de una persona que,
aún bajo los rigores más degradantes de la esclavitud,
está dotada de una humanidad y de una capacidad textual
similar a la del mentor. En consecuencia, no sólo Manzano
está listo para reproducir el discurso abolicionista
desde su esclavitud, sino que además hace suyas las
principales argumentaciones sociales en cuanto a educación,
trabajo, familia y los aspectos religiosos y éticos
de dicho discurso. En ello consiste este primer reto textual
hecho a los defensores y a los practicantes de la trata. En
tanto que esclavo doméstico Manzano conoce muy bien
la validez y efectividad de esos principios en el ambiente
de la Isla, trátese del presidido por Del Monte o por
el ideólogo pro-esclavista P. Juan Bernardo O'Gaban.
La manumisión tan ansiada depende de la adopción
de una específica escala de valores. El relato de vida
se convierte en una oportunidad para exponer cómo el
autor se ha entrenado para dar ese paso tan decisivo.
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Notas:
[1]
Autobiografía,
cartas y versos de Juan Fco. Manzano. Con un estudio preliminar
por José L. Franco. (La Habana: Cuadernos de Historia
Habanera, 1937). Usaré siempre esta edición
para referirme a la obra y a las opiniones de Franco, salvo
indicación contraria. Debo advertir que Roberto Friol
(Suite para Juan Francisco Manzano) hace algunos reproches
a ciertos retoques hechos por Franco a esta edición
y para demostrar su juicio se vale del manuscrito original
conservado en la Biblioteca Nacional de Cuba. Me he guiado
por las observaciones de Friol con respecto a la edición
de 1937 y he llegado a la conclusión de que está
más cerca del original 'inaccesible' que las versiones
al inglés de Richard R. Madden en 1840 (Poems by a
Slave in the Island of Cuba),a partir de la copia preparada
al efecto por Anselmo Suárez y Romero; o la más
polémica aún llevada a cabo por Iván
Schulman y publicada en 1975 (Autobiografía de un esclavo).
Sylvia Molloy y William Luis han estudiado los significados
de dichas versiones en "From Serf to Self" (1989)
y Literary bondage (1990), respectivamente.
[2]
Las diferencias abismales entre los esclavos domésticos
y los empleados en faenas agrícolas aparecen bien señaladas
en el ensayo de Fernando Ortiz Hampa afrocubana. Los negros
esclavos. (La Habana: Imprenta Universal, 1916): "El
esclavo que, ladino entre los ladinos, se hacía simpático
al amo o era lo suficientemente civilizado y listo para desempeñar
trabajos especiales, era separado de la dotación del
ingenio y convertido en criado, en esclavo doméstico.
Su condición mejoraba mucho, especialmente si era llevado
a la población. El barracón hediondo y tenebroso
desaparecía. La comida insustancial era trocada por
las sobras del amo, generalmente abundantes por aquel entonces.
La tarea jornalera, que en tiempos de zafra se alargaba hasta
16 horas, bajo el sol de Cuba y llevando hasta el máximo
el esfuerzo muscular, se reducía casi siempre a los
trabajos domésticos, de los cuales era el más
deseado, por la relativa autonomía que llevaba consigo,
el de calesero" (308).
[3].Datos tomados del Diccionario de la Literatura Cubana
II. (La Habana: Letras Cubanas, 1984): 544. José A.
Fernández de Castro señala en "Tema negro
en las letras de Cuba hasta fines del siglo XIX" lo siguiente:
"El mismo año en que O'Gavan (sic) publicara su
tratado defendiendo la esclavitud, apareció en La Habana
el primer libro de versos publicado por un escritor de la
raza negra. Me refiero a Juan Francisco Manzano que, esclavo
aún, quiso imprimir sus Cantos a Lesbia, determinando
su aparición un movimiento en pro de su libertad, iniciado
y realizado muchos años más tarde por algunos
de sus colegas blancos." Ver Órbita de José
A. Fernández de Castro. Selección y Prólogo
de Salvador Bueno. (La Habana: Ediciones Unión, 1966):
168.
[4].Los críticos a quienes me referiré con mayor
detalle y frecuencia son Richard L. Jackson, Sylvia Molloy,
William Luis e Iván A. Schulman.
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