Lucero

Juan Francisco Manzano y Domingo del Monte: El cerco político de la plantación.

Por Rafael E. Saumell

 

En principio los colonizadores sometieron a las poblaciones aborígenes. Los sobrevivientes del exterminio pasaron a manos de los conquistadores quienes se repartieron a los nativos en las llamadas encomiendas. Así nació la esclavitud en esta zona del planeta. La muerte por asesinato o por suicidio mermó el número de los nuevos siervos. A la encomienda le siguió la plantación. Ambas constituyen la génesis de la prisión en Norte, Centro y Sudamérica y en el Caribe.

El arresto y destierro arbitrarios de millones de víctimas se extendió al África. Durante los viajes interminables y extenuantes desde las costas occidentales de aquel continente hasta las bahías de los virreinatos, los esclavos negros viajaron en las bodegas de las galeras encadenados, encerrados, abusados, masacrados y tratados como bestias. En tierra americana el barracón sustituyó a los navíos dedicados a la Trata para convertirse en metáfora de la opresión. El cañaveral, el cafetal y la hacienda sirvieron de campos para el trabajo forzado.

Se dudó de la humanidad de aquellos hombres y mujeres. Por ello se les impuso penas degradantes. Manuel Moreno Fraginals indica por qué se les llamó 'piezas de ébano' a los esclavos, por qué se les concebía como equipos, instrumentos y máquinas despojadas de personalidad: "Por eso su nacimiento y muerte, o su compra y venta, se anotan en el libro diario de contabilidad como entrada o salida de un activo" (El Ingenio. II. 14-15).

El barracón estaba dotado de un calabozo adonde se confinaba a los esclavos insumisos. Fernando Ortiz cita el artículo 41 del Reglamento de esclavos de 1842 donde se establece que "el Señor puede castigar al esclavo con prisión, grillete, cadena, maza o cepo, o con azotes que no pasarán del número de veinticinco." (Hampa afrocubana. Los negros esclavos 256).

La Autobiografía (1835) de Juan Francisco Manzano (1797?-1854) inicia no sólo la narrativa antiesclavista, sino que es también y sobre todo el primer texto escrito por un prisionero en la literatura cubana. Gracias a esta obra se puede leer un relato elaborado no por un testigo blanco de la esclavitud. Es un testimonio hecho con conocimiento de causa. Ha sido redactado robándole horas a la servidumbre, entre una y otra tarea obligada; forjado en medio de insufribles limitaciones y a pesar de indescriptibles castigos y acechanzas. Más aún: pudiera parafrasearse a Ioan Davies y decir con él que es difícil concebir un estudio sobre la literatura carcelaria en el Nuevo Mundo si no admitimos que las sociedades nacidas después de 1492 fueron fundadas sobre la base del trabajo de los esclavos y de los convictos y que muchos de los primeros europeos arribados a estas tierras tenían antecedentes criminales e incluso habían cumplido diversas penas en las naciones europeas (Writers in prison 51). La Autobiografía fue escrita en cumplimiento de un encargo de Domingo del Monte (Maracaibo, Venezuela 1804-Madrid 1853)[1]. Es un texto pactado cuyo responsable inmediato es un esclavo doméstico, mulato, quien ha trabajado para diferentes familias.[2]. Para William Luis el relato en cuestión "served as an Urtext for the early slave writers" (Literary bondage 121). Roberto Friol indica que Manzano es el fundador de la novela cubana (Suite para Juan Francisco Manzano 30). Salvador Bueno establece que la Autobiografía es una "verdadera protonovela" y añade que de dicha obra se nutren, por ejemplo, los relatos antiesclavistas breves -Petrona y Rosalía de Félix Tanco- y la novela Francisco de Anselmo Suárez y Romero ("La narrativa antiesclavista en Cuba" 173). José Luciano Franco, primer editor de la obra íntegra en lengua española (1937), hace esta observación crucial:

El ascenso de Manzano hasta aquel cenáculo [el grupo delmontino], viniendo como venía de las vilezas de la vida esclava, nos parece, al dibujarse el acto en la histórica lejanía del recuerdo, como el primer gesto firme y honrado por la incorporación definitiva del negro a la vida cubana, iniciándose el camino por el cual pronto dejaría de ser un intocable maldito (20).

En 1835, año en que se solicita el libro a Manzano y éste lo escribe, Domingo del Monte era ya bien conocido en los círculos intelectuales de la Isla como editor de La Moda o Recreo semanal del bello sexo (1829) y El puntero literario (1830). Era, además, director de la Revista Bimestre Cubana (1831-34), miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País, Secretario de la Sección de Literatura (1830) y fundador de la Academia Cubana de Literatura (1831). José A. Fernández de Castro lo describe como un 'animador' de la cultura y para ello argumenta: "En efecto, ya ha formado a [José María] Heredia [y Heredia], ahora crea a [José Antonio] Echeverría, a [José Jacinto] Milanés, a [Ramón de] Palma [y Romay]." Luego reproduce esta valoración hecha por José Martí: "El más real y útil de los cubanos de su tiempo" (Escritos XV y XXXVII). A su vez, Juan Francisco Manzano empieza a ser conocido por los lectores desde 1821 con el poemario Cantos a Lesbia y mediante versos que publica a partir de 1830 en Diario de La Habana, La Moda --revista dirigida por Del Monte-- y El Pasatiempo[3]. Fernando Portuondo pondera el juicio de Martí como apropiado a pesar de reconocer que "por sus escritos, Del Monte fue un blanco racista y un antiseparatista combatiente" pero aclara que en ellos "incluso pudiera encontrarse ocasionalmente alguna contradicción con sus hechos constantes" (185). La principal conclusión de Portuondo es que Del Monte fue "el primero en dignificar con su autoridad y su magisterio espiritual la profesión literaria en Cuba."(Estudios de Historia de Cuba 185-193) Por otra parte, Cintio Vitier hace una síntesis de los tres principales aportes de Del Monte y su tertulia: "cultura, patriotismo, moderación... fervor por la causa esclavista y los temas vernáculos..." (La crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano 22-27). William Luis observa que el grupo delmontino está entre los primeros en describir la cultura cubana en oposición al discurso colonial de España. (Literary bondage 28-9)

El encuentro entre Manzano y Del Monte puede interpretarse como la concreción, en términos de escritura, de dos vectores culturales fundamentales para la integración de la cultura cubana: el criollo de origen africano y el criollo de ascendencia europea. Hasta ahora lo negro, lo esclavo, era abordado por los ideólogos blancos, abolicionistas o no. Desde la aparición de Manzano nace el texto afrocubano. A su vez, el esclavo y el animador cultural reproducen, al nivel de las circunstancias individuales, los conflictos provocados por el sistema de plantación colonial en el sector de las víctimas de la trata y en los medios abolicionistas. Dado el tipo de diferencia social que medió entre Manzano y Del Monte y debido a la existencia de más de una versión del manuscrito original, ciertos críticos han estudiado la Autobiografía, bien como texto controlado por Del Monte (Richard L. Jackson) o como discurso mediatizado y escrito en colaboración con el mentor, a causa de la imposibilidad de Manzano de publicarlo por su cuenta (Sylvia Molloy). Al mismo tiempo Luis llega a leerlo como reescritura del original hecha por los sucesivos editores --Suárez y Romero, Madden, Franco, Schulman--, quienes habrían convertido al esclavo no en la persona que fue, sino en la que propone cada versión[4].

La lectura que propongo es otra. Parto de la proposición de que para demostrar la existencia de tal control en el texto de Manzano hay que tener en cuenta las perspectivas ideológicas de los editores y, en especial, la de Domingo Del Monte a partir de sus propios trabajos. Se impone comprobar de qué manera la escritura del esclavo dialoga con el discurso abolicionista representado por la persona que ha solicitado la Autobiografía. No obstante, atribuirle sólo a Del Monte el dominio exclusivo del texto sería reducir al absurdo la personalidad creadora de Manzano. Por consiguiente, una de las vías para entender las estrategias narrativas aplicadas en la Autobiografía consiste en propiciar una relación especular entre la obra del esclavo, el discurso oficial de la plantación y los artículos y ensayos publicados por Domingo Del Monte durante la época en que tuvo lugar el pacto literario. A mi juicio, este procedimiento tiene la ventaja de descubrir los mecanismos de auto-representación elegidos, los silencios, las cautelas y las propuestas disimuladas o atenuadas ya sea en la narración misma o a través de las cartas que Manzano le envía a Del Monte. Hay que admitir que el esclavo tiene ante sí un serio desafío y sabe que no puede limitarse a una transcripción espontánea de eventos ordenados en rigurosa cronología. La Autobiografía y las cartas patentizan que el autor ha forjado con extremo cuidado la imagen aceptable y convincente de una persona que, aún bajo los rigores más degradantes de la esclavitud, está dotada de una humanidad y de una capacidad textual similar a la del mentor. En consecuencia, no sólo Manzano está listo para reproducir el discurso abolicionista desde su esclavitud, sino que además hace suyas las principales argumentaciones sociales en cuanto a educación, trabajo, familia y los aspectos religiosos y éticos de dicho discurso. En ello consiste este primer reto textual hecho a los defensores y a los practicantes de la trata. En tanto que esclavo doméstico Manzano conoce muy bien la validez y efectividad de esos principios en el ambiente de la Isla, trátese del presidido por Del Monte o por el ideólogo pro-esclavista P. Juan Bernardo O'Gaban. La manumisión tan ansiada depende de la adopción de una específica escala de valores. El relato de vida se convierte en una oportunidad para exponer cómo el autor se ha entrenado para dar ese paso tan decisivo.


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Notas:
[1] Autobiografía, cartas y versos de Juan Fco. Manzano. Con un estudio preliminar por José L. Franco. (La Habana: Cuadernos de Historia Habanera, 1937). Usaré siempre esta edición para referirme a la obra y a las opiniones de Franco, salvo indicación contraria. Debo advertir que Roberto Friol (Suite para Juan Francisco Manzano) hace algunos reproches a ciertos retoques hechos por Franco a esta edición y para demostrar su juicio se vale del manuscrito original conservado en la Biblioteca Nacional de Cuba. Me he guiado por las observaciones de Friol con respecto a la edición de 1937 y he llegado a la conclusión de que está más cerca del original 'inaccesible' que las versiones al inglés de Richard R. Madden en 1840 (Poems by a Slave in the Island of Cuba),a partir de la copia preparada al efecto por Anselmo Suárez y Romero; o la más polémica aún llevada a cabo por Iván Schulman y publicada en 1975 (Autobiografía de un esclavo). Sylvia Molloy y William Luis han estudiado los significados de dichas versiones en "From Serf to Self" (1989) y Literary bondage (1990), respectivamente.

[2] Las diferencias abismales entre los esclavos domésticos y los empleados en faenas agrícolas aparecen bien señaladas en el ensayo de Fernando Ortiz Hampa afrocubana. Los negros esclavos. (La Habana: Imprenta Universal, 1916): "El esclavo que, ladino entre los ladinos, se hacía simpático al amo o era lo suficientemente civilizado y listo para desempeñar trabajos especiales, era separado de la dotación del ingenio y convertido en criado, en esclavo doméstico. Su condición mejoraba mucho, especialmente si era llevado a la población. El barracón hediondo y tenebroso desaparecía. La comida insustancial era trocada por las sobras del amo, generalmente abundantes por aquel entonces. La tarea jornalera, que en tiempos de zafra se alargaba hasta 16 horas, bajo el sol de Cuba y llevando hasta el máximo el esfuerzo muscular, se reducía casi siempre a los trabajos domésticos, de los cuales era el más deseado, por la relativa autonomía que llevaba consigo, el de calesero" (308).
[3].Datos tomados del Diccionario de la Literatura Cubana II. (La Habana: Letras Cubanas, 1984): 544. José A. Fernández de Castro señala en "Tema negro en las letras de Cuba hasta fines del siglo XIX" lo siguiente: "El mismo año en que O'Gavan (sic) publicara su tratado defendiendo la esclavitud, apareció en La Habana el primer libro de versos publicado por un escritor de la raza negra. Me refiero a Juan Francisco Manzano que, esclavo aún, quiso imprimir sus Cantos a Lesbia, determinando su aparición un movimiento en pro de su libertad, iniciado y realizado muchos años más tarde por algunos de sus colegas blancos." Ver Órbita de José A. Fernández de Castro. Selección y Prólogo de Salvador Bueno. (La Habana: Ediciones Unión, 1966): 168.
[4].Los críticos a quienes me referiré con mayor detalle y frecuencia son Richard L. Jackson, Sylvia Molloy, William Luis e Iván A. Schulman.

 

El ensayo completo aparece en formato .pdf aqui


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