Agradecimientos
A quienes tuvieron la
paciencia de leer el manuscrito y hacer comentarios que a
la postre pudieron mejorar la exposición del texto
o aún la información del mismo. En el primer
sentido deseo destacar las sucesivas lecturas de Makinde t’Ògún,
cuyo sentido de ordenamiento resultó invalorable. Le
debo la organización sistemática de una bibliografía
profusa y heterogénea, así como su permanente
empuje para que me decidiera a transmitir lo aprendido a través
de tres décadas de investigación. Tampoco sería
posible que esta contribución desconociera las bondades
de una benevolente crítica, puntual y exhaustiva del
Ogan de Ajunsú Beto de Gu (Roberto Almeida). Su afinado
ojo de cazador-guerrero fue capaz de señalar dónde
había que batir más fuerte y donde era menester
dejar que el olfato del lector debía trabajar solo,
sin ayudas para encontrar un sentido. A ambos guerreros, mis
agradecimientos. Debo a un tercero -también hijo de
Ògún- Altair Bento de Oliveira, comentarios
acerca de Orí hechos en setiembre de 2001 mientras
conversábamos en su casa de Nova Iguaçu en una
amigable rueda de perfumado café que terminaron de
redondear en mi conciencia dicho concepto. Su claridad, saber
y apoyo doctrinario han sido pues de inestimable valor. Gracias,
mis amigos: mo dúpé gbogbo yin.
Dedicatoria
Todo lo que he podido
aprender respecto a las religiones afrobrasileñas así
como mi amor incondicional por los orisha; mi capacidad de
entrega a ellos como legado de servicio - modo de vida; mi
posición de actor/espectador y mi necesidad de unir
las diversidades para poder comprender, son nada más
que un sencillo y reverente tributo a mi finada iyalorisha
Yèyébo, Marlene T. de Souza. Seguramente sin
su mano leve y generosa, sin su certera visión de las
realidades últimas y su don de gentes excepcional,
mi vida hubiese tomado otros carriles. A su feliz memoria
y a su ashé plantado en mi cabeza y en mi totalidad
debo el privilegio de poder describir y transmitir lo que
me ha enseñado con la consigna de seguir investigando
para que “las fuentes no puedan nunca secarse”.
Mo jùbá rè ìyá mi.
A bàbá Marcos de Haedo, omo Òsàgiyán.
Calidez, sabiduría, discreción, generosidad.
Uno de los máximos exponentes de la variante afrobrasileña
denominada “batuque”. Mo jùbá rè
ègbónmi.
A Ogbebara - Adilson de Oxalá- bàbálawo
Ifaleke. Su libro “Igbadu, a cabaça da existência”
es una muestra de amor y sabiduría. Su gentileza, generosidad
y muestras de amistad mucho me honran. Mo jùbá
rè ègbónmi.
A dona Inácia Martins
Carneiro, mãe Iná, mametu t’inkisi Kizaze.
Su generosa hospitalidad en la roça guaibana demuestra
con creces que todo está en todo. Que su mukuiú
nos ampare hoy y siempre.
A Cleo Martins, Oyá Koromilonan, agbeni ti Sàngó
del Ilé Axê opo Afonja ( Salvador, Bahia) . Escritora
de afilada pluma, maestra generosa y humilde, siempre respondiendo
mis preguntas con insólita rapidez y amabilidad. Mo
jùbá rè ègbón mi bìnrin.
A ìyá Peggie
ti Yemoja Abíké - ìyánifá
Fáwunmi Odùgbèmi Epega- mujer sabia y
dedicada que no vacila en perfeccionar su saber, mo jùbá
rè ore mi bìnrin.
A Hilda, omo Obalúwàiyé,
compañera excepcional que a lo largo de treinta y tres
años me tuvo infinita paciencia y formó a los
tres maravillosos hijos que tenemos. Que tu Señor siempre
grite fuerte ( Olúké ) en medio de su misterio.
Mo dúpé ayan mi fé.
A Mope, ìyá
sòrun del egbé, cuya fidelidad a Sàngó
y memoria permiten recomponer esta comunidad para que pueda
dar testimonio de su función de conservación
y expansión del àse cuando le sea exigido ya
sea en Òrun como en Àiyé. Mo jùbá
rè omo mi bìnrin, adúpé o.
A los miembros del Egbé
ti Sàngó Bàáyin viejos y nuevos,
mayores y jóvenes. Ellos son el futuro, la continuidad,
la esperanza. Que puedan crecer y prosperar con la mente y
los ojos siempre abiertos y el corazón pleno de amor.
Ki Sàngó àti gbogbo awon òrìsà
gbè e wa.
A todos los líderes
religiosos e iniciados de todas las variantes afroamericanas
que buscan en el culto a los orisha, vodun y bakisi las respuestas
que les faltan y los erigen como centro de su vida, mis respetos.
En la diversidad también está la unidad, y todo
en el todo. Mo dúpé àti ki Olóòrun
gbè é wa làí làí.
Acerca de los
mitos- Presentación del trabajo-.
Una de las características más sobresalientes
de las religiones afrobrasileñas es su formulación
en mitos que circulan ampliamente entre el “pueblo de
santo” con variantes más o menos importantes
de acuerdo a la tradición de una casa o una nación,
pero que de todas formas nos permite emparentarnos no sólo
a la tradición africana sino a todas las variantes
americanas de dicha tradición. Así, aunque un
mito sea narrado de diferente manera en una casa u otra, podemos
sin duda inferir un tronco o raíz común. Esto
trae aparejado un razonamiento: si nuestras tradiciones se
basan en mitos y no en un canon estructurado, como el de las
grandes religiones conocidas, ¿cuál es entonces
el valor de éstas?
Primeramente debemos recordar
que todas estas grandes religiones que hoy conocemos con sus
textos escritos, se originaron en tradiciones que se transmitían
oralmente, como las nuestras; y sólo con el transcurso
del tiempo estas tradiciones contadas – y cantadas por
aedas y bardos, augures y mistos – de generación
en generación fueron consignadas por escrito, dándoseles
el rango de “escritura” muchas veces hasta considerada
“revelación”. En ese sentido, todas las
grandes religiones se basan en mitos que las preceden y que
se han ido adaptando en su formulación e interpretación
a lo largo de siglos. Nuestros mitos de creación insertos
en lo que se ha dado en llamar el Oráculo de Ifá
han sido también repetidos durante siglos, aún
conociéndose la escritura, y hasta es posible pensar
que han sufrido en este proceso diversas adaptaciones e interpolaciones,
aunque de un modo general conserven un sentido que sólo
es asequible a través de los diversos procesos iniciáticos
de acuerdo a las diferentes modalidades. Ahora bien, ¿qué
es un mito? Primeramente debemos despojarnos del preconcepto
acerca de este término, y recordar que fue el ascenso
del cristianismo como religión universal el que marcó
a esta palabra con un dejo de infamia o superstición
de los que carecía en el mundo grecorromano. Un mito
es una historia cuyos protagonistas son dioses, héroes
u hombres, o inclusive plantas y animales, que actuaron en
otros tiempos, generalmente en la aurora de la creación.
El mito es un ejemplo a ser repetido y asimilado, pero no
por una repetición mecánica desprovista de sentido,
sino mediante un rito cuya función es abolir tiempo
y espacio y colocarnos en el mismo tiempo y espacio en el
que esta acción ejemplar está aconteciendo,
esto es, en la eternidad. No otra cosa que una serie de mitos
ritualizados es una roda de orisha en la que todos los devotos
gesticulan las tareas divinas, trayendo a este tiempo y lugar
esas fuerzas creadoras que realizan, aquí y ahora,
sus actos creadores. Vale entonces aquí explicar para
quienes no conocen el término lo que significa el concepto
“orisha” (òrìsà en yorubá):
un orisha es “una fuerza de la naturaleza que determinados
individuos, desde la aurora de los tiempos quizá, han
sabido calmar, aplacar y obtener de ella beneficios, poseyendo
para ello medios mágicos. Aunque inicialmente la parte
libre de este poder fuese negociada, sólo el o los
aspectos controlables son pasibles de ser asentados -fijados-
en santuarios para permitir ser tratados en forma ritual.
Posiblemente en su origen estas alianzas entre las fuerzas
naturales y los seres humanos eran un asunto particular, de
beneficio exclusivo de la familia o comunidad a la que pertenecía
este negociador” , lo que originó la creación
del oficio de sacerdote. Creemos que esta definición
cuya autora es la oló Oyá norteamericana Judith
Gleason es la más acertada, justa y transparente a
la que hemos podido acceder. Es pues, en este sentido, lo
que justifica un ritual, pues actualiza el “aquel tiempo
inaugural” y lo prolonga en nosotros. Cuando cantamos
y danzamos para Ògún, por ejemplo, y desbrozamos
con nuestros machetes invisibles el aire, abriendo senderos,
no somos más nosotros, sino el propio orisha creando
caminos a ser transitados. Y así sucesivamente en cada
momento del ritual. Por eso debemos sentirnos humildemente
orgullosos de ser depositarios de una tradición riquísima
explicada en mitos cuyo valor cada día se recupera
y actualiza mediante los rituales de cada modalidad. Creer
en nuestros mitos no nos disminuye, sino que nos permite analizar
cada enseñanza dejada por ellos con los ojos de este
siglo a pesar de su intemporalidad, y sentirnos además
parte importante de un universo siempre en expansión
cuyo centro es el hombre, criatura de Olóòrun.
Pocas doctrinas dan ese puesto al hombre como centro, como
heredero de un dios de misericordia y amor infinitos que nos
puso en este tiempo y lugar para seguir creando en nosotros
la expansión de su conciencia. Saber que venimos a
este plano con cabezas modeladas por Sus manos y custodiadas
por Sus propias proyecciones en el mundo natural es un privilegio
del que no todos los seres humanos tienen conciencia. Recibir
Su energía y acumularla permitiendo su circulación
a todo nivel es una tarea que nos ennoblece como especie y
como individuos únicos en este mundo tan deshumanizado.
Valoricemos cada mito como una dádiva de conocimiento
y transmitámoslo como un modelo a seguir para poder
lograr nuestro crecimiento y el de los demás. Y concentrémonos
en cada roda para que ese momento único nos invada
en el convencimiento de formar contemporaneidad con él,
evitando el tan común despliegue de irreverencia que
puede observarse en quienes no conocen el verdadero sentido
del ritual.
El
ensayo completo aparece en formato .pdf aqui
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