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Rolando Estévez Jordán: el oro de los días.

por María Esther Ortiz

Cuerpo de lágrimas(tinta/cartulina)

de la Serie "Yo y mi familia", 1994

Llamo la atención hacia estas consideraciones de Estévez, que citaré en extenso: "Mi obra se debate entre los enigmas de lo teatral y lo literario; no revestido de argumentos plásticos, sino encontrando en la plástica los equivalentes de pensamiento y representación. Mirar la realidad con la sana ironía de un buen cubano; indagar en el choteo y sus armas de múltiples filos y, más allá, observar con complacencia cuántos conflictos hermanos de los nuestros existen allende los mares. Las instituciones siguen enamorando mi manera de decir lo que pienso: el poder, la familia, la identidad, la suerte, la guayabera de Chucho...". . Estas frases escritas en 1998 incluyen la referencia a categorías: la suerte; o a símbolos: la guayabera, son la diferencia temporal respecto a las "Postales..." que son de 1995. Sin embargo, la conceptualización y la coherencia de la poética son tan sólidas que se establecen desde las series de dibujos iniciales. En ese sentido es que he interpolado esta cita referida a obras muy posteriores, para ejemplificar sobre el vigor de este modo personal de expresión plástica, dentro del sistema de conceptos del artista.

Estévez tiene un propósito definido: atender y entender. Para hacerlo, en toda su obra ha utilizado los símbolos, los paradigmas que permiten la múltiple lectura, la expresión de las diversas manifestaciones de humanidad, en la que cada hombre participa y se reconoce: el poder, la familia, la identidad, la pertenencia a una patria, el sexo, la actitud vital que lo diferencia. Obras que son heridas buenas, porque por ser heridos, tenemos cicatrices y esas marcas, son nuestra identidad también. Obras que son golpes sobre la costumbre, que nos avisan cómo saber quiénes somos: permanencia, compromiso, las palmas y la luz de este mar que nos aísla y consuela, nos identifica y nos separa.

Desde "Cuerpo de lágrimas" a "Tierra colgada del cielo", desde "El nido de la pequeña soledad" a "Techo a dos aguas", más de cien imágenes creadas durante varios años mantienen entre sí una eficaz unidad conceptual, técnica y poética: a partir de la experiencia vital, personal, del propio artista, el mismo acto de la indagación, la reflexión, el re-conocimiento y la asunción asertiva de este proceso ontológico hacia la racionalización; hacia la construcción de un sistema integrado por valores éticos, espirituales que presupone la identificación por parte del espectador. Las técnicas de distanciamiento empleadas, que facilitan la recepción del mensaje en el plano racional más que la identificación y conmoción emocional, identifican una obra ya reconocida entre las más complejas y completas planteadas por los artistas cubanos en este final de siglo, en esta transición hacia un nuevo milenio.









 

 
 
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