Uno de los aspectos más
notorios en las transculturaciones nigero-yorubas
en América resulta el culto a esos entes míticos
conocidos generalmente bajo el nombre de orishas y
a quienes se les atribuye la función de actuar
como intermediarios entre el Dios Todopoderoso y los
hombres.
Es evidente la existencia de una abundante literatura
sobre los orishas tanto en Nigeria, como en Cuba y
Brasil, pero las reflexiones comparativas entre las
formas de concebir y dar culto a los mismos en el
suelo ancestral y en las tierras americanas ciertamente
son escasas. La notoriedad del tópico y la
ya necesaria indagación analítica y
comparativa, justifican altamente la encomienda de
este estudio.
I
El establecimiento y posterior
desarrollo de la cultura yoruba en el suroeste nigeriano
fue el resultado de un largo proceso que abarcó
cerca de ocho siglos.
Hacia mediados del siglo VIII D.C. coinciden en Sierra
Leona dos factores muy importantes para el tema en
cuestión. Por un lado, el Islam empieza a establecer
vínculos comerciales progresivamente más
fuertes y continuos con los pueblos ubicados al Sur
del Sahara, llegando en un primer momento hasta los
territorios de los actuales estados de Mauritania,
Mali y Senegal, para después extenderse a Gambia,
las Guineas y Sierra Leona. Tales relaciones que inicialmente
se limitaban al trueque mutuamente beneficioso de
mercaderías, paulatinamente transitan hacia
lo cultural y religioso, trayendo en consecuencia
que numerosos grupos que profesaban creencias tradicionales
abrazaron el islamismo (1).
Por otro lado, de modo casi coincidente y quizás
motivado por el mismo comercio islámico, los
grupos de etnia Mendí en Sierra Leona van tornándose
más poderosos y comienzan a desplazar a sus
vecinos de etnia Akú, con los cuales habían
tenido una pacífica coexistencia desde tiempos
inmemoriales.
Muchos akús que tampoco estaban
de acuerdo en renunciar a sus creencias ancestrales
emprenden, hacia fines de la octava centuria, una
emigración rumbo al este que los lleva a radicarse
en una franja de costa más o menos extensa
que podemos precisar entre los lugares que hoy ocupan
las ciudades de Porto Novo en Benin y Lagos en Nigeria.
Sostengo que tales inmigrantes son los más
tarde conocidos por nagós.
Es muy posible que una segunda emigración se
efectuara a principios del siglo décimo, porque
está demostrado que sus participantes no conocían
el trabajo con los metales, cuyo arte da inicio en
Sierra Leona en la segunda mitad del mencionado siglo.
Esta oleada penetró más en el sureste
nigeriano, asentándose al oeste del río
Ochún en el amplio
territorio que abarcaba desde la costa entre Lagoon
y Mahín en el suroeste, mientras por el norte
avanzaron hacia la región de Ondo, desplazando
un poco a los originarios Ibó, como se observa
en el famoso mapa confeccionado por Sanson D'Abbeville
en 1656. Estimo que tales akú son los conocidos
como lucumíes o ulcumíes.
La tercera y última migración se verificó
en las postrimerías del siglo XII D.C. cuando
ya los akús dominaban perfectamente la técnica
de trabajar los metales (2). Los grupos más
tradicionales se unieron en torno a un caudillo y
líder religioso llamado Oddúddúa
Olofi Oyó y al no poder sostenerse frente a
los mendís en Sierra Leona, partieron por una
bien conocida ruta hacia el poniente, llegando también
a Nigeria, aunque algunos segmentos se radicaron y
fueron asimilados por diversos pueblos que vivían
en los actuales territorios de Ghana, Togo y Benin.
Este grupo de Oddúddúa penetró
por una zona más al noroeste nigeriano que
sus antecesores, ocupando territorios tradicionalmente
ibó a quienes derrotan y desplazan hacia el
oeste. Dichos akú constituyen el núcleo
inicial e los posteriormente denominados oyoes o yorubás.