Las
primeras obras con influencia del arte africano aparecen
tardíamente en Cuba, si contamos en ellas solamente
al dibujo, el grabado, la pintura y la escultura,
o sea, las técnicas tradicionales. Porque junto a
los primeros africanos, en sus manos y en sus corazones,
entró el oficio y el talento para construir instrumentos
musicales, imágenes rituales y objetos de culto que
en América se expresaron con otras maderas, semillas,
sonoridades y colores y formaron las nuevas voces,
las nuevas formas artesanales de dibujar, tallar,
modelar, tejer, ornar y honrar a los dioses con paños
litúrgicos, cantos y firmas secretas, imprescindibles
en su vida diaria. Así comienza el mestizaje y el
sincretismo, el fuego compartido guareciendo contra
los desafíos, la sobrevivencia precaria, la resistencia
a un amo que prohibe y castiga el culto a los viejos
dioses. En su patio, a escondidas, se enhebran los
collares, se adornan los irokos, se preparan los remedios.
Hay dibujos y signos que están ocultos, leyendas y
patakines que se cuentan en voz muy baja, que se escribirán
muchos años después en las libretas escolares. Hay
wemileres de cuanto el hombre requiere para la vida
y la muerte, para los grandes palenques de América
donde supo vivir el negro solo con la naturaleza y
con sus dioses, sin el hombre blanco: fiestas y penas,
persistencia y fe, organizándose, fundiéndose, transculturándose
en el gran ajiaco, en el mestizaje que nos aproxima
e identifica.
En
Cuba, el desarrollo de las artes plásticas es condicionado
por el período de colonización que abarca, como sabemos,
los siglos XVI al XIX. De la Metrópoli se importan
los ornamentos para regalo de las familias adineradas
que acá se mezclaran con obras de las nuevas culturas
colonizadas americanas, realizadas imitando modelos
europeos. En los primeros periódicos de la Isla de
Cuba se ven anuncios de artes y oficios ejercidos
por españoles, criollos, pardos y morenos libres,
esto ocurrirá durante los siglos XVI al XIX. Estas
datas históricas permiten delimitar que nuestro primer
pintor criollo fue Don Nicolás de la Escalera, en
el siglo XVIII. Estaríamos fijando así un dato preliminar
porque nos interesa este camino que, en esta mixtura
de naciones y culturas, hace el arte cubano: primero
visión y obra de extranjeros deslumbrados o avasallados;
luego función y oficio de criollos, de cubanos.
No
pretendemos fatigar con la propuesta de una historia
del arte en Cuba, sino apreciar cómo sus manifestaciones
surgen, evolucionan y alcanzan el desarrollo contemporáneo,
integrando en su cosmovisión a las culturas dominantes
y a las culturas de resistencia o marginales de los
dominados, y entre ellas estas culturas africanas;
reconocer sus elementos, su sistema de expresión conceptual
y formal a través de la obra plástica. Ya a finales
del siglo XIX aparecen referencias costumbristas en
las pinturas de Víctor P. Landaluze, sobre la vida
de los negros en La Habana, además de verse las dotaciones
trabajando en los ingenios, la Fiesta del Día de Reyes
y otras escenas de la vida de los esclavos en los
grabados realizados en Cuba por Federico Mialhe, Eduardo
Laplante y otros grabadores, en álbumes y en ilustraciones
para cajetillas, cajas y vitolas de tabacos y cigarrillos.
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